Esta imagen del naturalista Linneo es una acuarela de la artista Diana Sudyka. Una ilustradora estadounidense cuya obra se inspira en la naturaleza, muy ligada a los museos de historia natural. La he conocido trasteando por internet y me ha encantado su forma de mostrar al naturalista, creo que se corresponde con la imagen que yo tendría de él.
¿Qué podemos contar de este naturalista sueco y su tiempo?
A principios del siglo XVIII, la ciencia newtoniana junto a las ideas de Descartes, Leibniz, Spinoza, Locke y otros filósofos revolucionaron el pensamiento a través de dos conceptos fundamentales: Naturaleza y Razón. El desarrollo de la ciencia moderna había provocado una gran revolución intelectual y espiritual, cambiando por completo la concepción que el individuo tenía del mundo que le rodea. A partir de las nuevas observaciones astronómicas y los avances de la física, el hombre se planteó la sustitución de un mundo finito y cerrado, por un gran universo inabarcable, tal como contaba Alexandre Koyré en Del mundo cerrado al universo infinito. El afán por conocer sería imparable y el gran motor del progreso sería la ciencia experimental; la concepción moderna del mundo destruirá, progresivamente, la visión de un cosmos armónico y bello por un nuevo sentido de orden basado en el método científico, que propiciará una revolución de los patrones de pensamiento

El gran interés por la representación de la fauna viviente y la naturaleza animada, tuvo su auge con el desarrollo de las exploraciones geográficas del siglo XVIII cuando, fruto del movimiento ilustrado y el espíritu romántico, el hombre empezó a ser progresivamente consciente de la maravillosa variedad de formas, colores y movimientos que existían a su alrededor. La naturaleza debía ser explorada en su totalidad bajo una perspectiva científica. La atmósfera en la que se movían los viajeros de esta época estaba representada por la tradición británica que unía viaje y estudio; no se podía entender que la naturaleza pudiera tener otro interés que no fuera el científico. Aunque la mayoría de viajeros estuvieron interesados por el estudio del hombre y su convivencia en sociedad, todavía no se percibían los nuevos valores estéticos y emocionales que culminarían en el romanticismo. Este fue el siglo del afán de medir, palpar y ver a través de la experiencia. En este contexto, surge la figura del viajero naturalista, representante del academicismo y figura opuesta al conquistador o colonizador. Su acción era estrictamente científica y neutral; su misión consistía en observar, describir y traducir. El mundo necesitaba ser conocido por la ciencia y los hombres de la ilustración se sintieron con el poder y la obligación de hacerlo.

En ese contexto, el impulso clasificatorio que había desarrollado la Historia Natural de Carl von Linné (conocido en España como Linneo), impuso el establecimiento de un lenguaje científico a favor de la representación de una realidad casi icónica. Esta situación supuso el gran triunfo de la imagen como instrumento de difusión del lenguaje científico. Con Linneo, la iconografía naturalista alcanzó un nivel de concreción y significación nunca visto, provocando que los dibujos y grabados de las láminas botánicas y zoológicas adquirieran una condición científica, siendo proyectadas como instrumentos para el conocimiento y la difusión científica. La principal aportación a este campo de conocimiento fueron las obras, Systema Naturae (1735) y Species Plantarum (1753), que suponen el principal referente en la manera de construir y clasificar el mundo, así como en la forma de aprehenderlo.
El sistema linneano propone una clasificación descriptiva de los elementos naturales según sus aparatos reproductores y supone la clasificación de numerosas especies vegetales ordenadas alfabéticamente. Es a estas obras a las que la ciencia occidental les debe la nomenclatura normalizada que asigna a las plantas el nombre de su género, seguido por su especie y detalles específicos. El uso del latín para la nomenclatura de la especie, fue precisamente el factor globalizador que propició su gran recepción a nivel continental. En la segunda mitad del siglo XVIII, la taxonomía linneana ya estaba implantada en toda Europa y surgió una importante corriente de numerosos discípulos linneanos que se lanzaron a recolectar, medir, anotar y dibujar el planeta en un gran proyecto global de clasificación. Con la catalogación de la naturaleza ésta se volvió narrable a través de las imágenes.

¿Era posible una clasificación global del mundo? Bueno, pronto empezaron a surgir problemas a la hora de catalogar numerosas especies de fuera de Europa. La investigación botánica había salido del laboratorio y en América y Oceanía se encontraban especies nuevas que escapaban a los patrones conocidos. A pesar de ello, cientos de discípulos linneanos se lanzaron a clasificar la naturaleza de todos los lugares lejanos y la naturaleza exótica, a través de un sistema que se había elaborado únicamente en los laboratorios europeos.La sistematización de la naturaleza en una historia natural permitió que la difusión de información y conocimiento, fruto de las expediciones científicas, pudiera hacerse de forma ordenada. Sin duda, esto permitió que la ciencia vista y narrada por los ilustrados empezara a viajar, difundiéndose a través de las fronteras. Aunque hay quienes, como Mary-Louise Pratt, han criticado una visión imperialista en esta forma de querer abarcar y clasificar el mundo, a través de una Historia Natural desarrollada por la academia europea que no contaba con los conocimientos autóctonos que los nativos indígenas tenían de su propia flora y fauna.
Mientras que el hombre antiguo y medieval tendía a la contemplación de la naturaleza, el moderno aspiró a la dominación, surgiendo la necesidad de abarcar el mundo, de forma que algún día pudiera convertirse en algo controlable y predecible. Los viajes y expediciones habían puesto de relieve la grandeza de un mundo nuevo, en el que los grandes ríos, los océanos, los volcanes y las islas remotas plagadas de lugares que antes parecían inaccesibles, se instalaron en el imaginario de una sociedad que veía atónita cómo se ensanchaban los horizontes.
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